La fetidez del miedo

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Sabían que no iban a ningún lado. Era el Holocausto, la extinción de una especie, el cese de saberse vivo, palpitando aún. Sabían o quizás no sabían nada. No habría tiempo para mañana, para volver a amanecer y dormir, y desvelarse por las letras de algún libro o por el calor que provoca el vino en las mejillas.

No había cielo despejado en Auschwitz, tampoco suelo firme, sabían que un vagón de judíos, con apenas un cubo en mano para beber agua y otro para defecar, puede ser el mismísimo camino a la muerte. Un boleto al cementerio, pero morir digno tampoco estaba en los planes del Führer.

El látigo ya no huele a sangre desde el Centro de Exposiciones de Arte Canal de la ciudad de Madrid. Aunque hoy está áspero, rígido y seco, puedo cerrar los ojos y vibrar ante los gritos espantosos que provoca el azote ciego. Puedo ver el terror, desde el imaginario social, en uno de los campos de concentración más crueles que instauró el nacionalsocialismo de Adolf Hitler y sus seguidores en 1940.

Auschwitz es un pasado vergonzoso en la historia de la humanidad, el mismísimo odio al hombre por el hombre. El odio que siembran los gobiernos totalitarios en sus seguidores más fieles, el fanatismo a un régimen, la mutilación de libertades y derechos humanos, la contaminación de una ideología enfermiza, como si fuese un virus, transmisible de unos a otros.

La pregunta no es por qué tantos alemanes exterminaron millones de inocentes, sino cómo llegaron a entender que aquella “misión” era necesaria. El convencimiento de que existen “seres de una raza inferior” no es una idea personal, es la personificación de las dictaduras en el cuerpo de un hombre. Es el convencimiento ante el poder, es rendirse ante lo injusto.

Descubrir esta primera muestra itinerante sobre Auschwitz es desandar el camino junto a sus sobrevivientes. Los soportes documentales que enriquecen la colección nos permiten escuchar los testimonios de varios hombres y mujeres que padecieron en carne propia el miedo y la incertidumbre.

Auschwitz es la mismísima fetidez del miedo inundando los vagones, los barracones y las cámaras de gas. El hedor del miedo como vestíbulo a la muerte. Creer que el pánico libera un olor putrefacto quedó en la memoria de una sobreviviente porque en situaciones límites hasta los sentimientos hieden. Para suerte o desgracia, todavía muchos no hemos vivido nada excepcional que nos testifique lo anterior, pues nuestras vidas continúan siendo ese cronómetro rutinario que es desayunar, vestirnos, trabajar, cenar y dormir.

Todavía somos tan inocentes o egoístas, por creer que no es posible en estos tiempos instaurar un régimen de odio y explotación en algún país vecino. No dudo que en aquellos años se pensara lo mismo y sucedió.

Ahora que hay presidentes como Donald Trump, del otro lado del hemisferio, que gesta la purificación de América del Norte, lejos de inmigrantes latinos o africanos, que intenta construir murallas para que el país no se contamine, no extrañaría ver una definición “trumpiana” del hombre americano. Ahora que perduran dictaduras norcoreana y cubana que dicen no serlo, crecerá la esclavitud ideológica, la frustración profesional, la pérdida de fe en un proyecto político, la amenaza mundial de una catástrofe nuclear…

Ya lo dijo el sobreviviente francés Jean Cayrol, “estamos quienes contemplamos hoy sinceramente esas ruinas como si el viejo monstruo del campo de concentración estuviera muerto y sepultado bajo ellas; quienes fingimos recobrar la esperanza frente a una imagen que se aleja, como si hubiese una cura para la peste de aquellos recintos; quienes queremos creer que todo eso ocurrió solo una vez y en un tiempo y un lugar concretos, y quienes nos negamos a ver alrededor y atender el llanto que perdurará hasta el fin de los tiempos”.

Porque al doblar la esquina puede haber otro Auschwitz, otro Hitler. Y quedará otra matanza más, la fotografía de un cadáver, la culpa, el miedo y el llanto. Y volverá la historia, trágica y también cínica, pasando facturas a nuestra contemplación. Volveremos a cuestionarnos, tarde, ¿cómo ha sido posible esta barbarie?

 

 

 

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